miércoles, 25 de agosto de 2010

Silencio en la sala

¿Cuán distraído puede estar el sentimiento que mengúa todo el tiempo dentro de uno.

Fiel y protector, demoro los saltos repentinos; cómo si el cambio de carril emocional accidentara mis temores de perderme prematuro al impulso de no poder conciliar freno.

Cuánta seguridad nos brinda en realidad la vida, si de un portazo se abren las ilusiones al primer encuentro con lo no esperado; si como al descuido me arrebatara los cuidados recelosos y los resguardos confidenciales, a la entrega secreta e incorpórea de querer pronunciar su nombre en toda mañana futura. De qué forma pedir perdón al encanto irrefrenable que me sonríe cada vez que te pienso, en los momentos que te siento acercándote.

Y en un inconfundible dilema de pesos y resistencias, se construye en mi escalofrío el glaciar edificio de mis confusiones… las definiciones pierden su sentido en el juego de embelesar el entendimiento, hasta que narcótico y perseguido, me descubro desbordado de preguntas, rebalsado y nadando en el ahogo de las intrigas que nos sentencian por amores reveladores.

Este silencio en la sala de mi ética, me cavila al precipicio de mis gritos naturales, pero a la vez me remonta a la idea de verme como una situación errada en un impulso que la decepcionaría.

No logro entender por qué tomó el camino del desaliento. Tan lejano me empujó a la impensada sensación del bermejo de sus gustos, donde la impronta quietud es estatismo obligado.

En el momento menos esperado este apocalíptico desengaño, alienta mi cara, mi cuerpo y a mis manos; con mis brazos como en el aire esperando el arropo frágil de cierta luz.

Espejismo que sonríe y se acerca. Te toco y no creo, la fe se derrumba a la realidad de estarte en nuestros brazos.

No puedo modular palabra… no espero las tuyas. ¿Hablarnos sin sentido? No. No prefiero otra cosa más que sin ojos saber que estas cerca; más que sin memoria entender que duele descubrirme indefenso a todo. Sabiendo que el recuerdo colgaría de mi hasta que vuelva a verte ¿Cómo no compartir nimiedades con vos?, ¿Cómo no esperarte intranquilo? Abrazarte en la puerta de mi casa, subir y ver este desconocido sitio en vos, abrumado entero y sin serenidad, con la evidencia en la alegría de tenerte a mi lado.

Compartir todos los descuidos, los mates y las historias que tienes de tus caminos. De tú camino. Recordar las cosas que pasamos, las pocas estancias de nuestros encuentros.

Quisiera reencarnar en tus vidas pasadas, para renacerlas en el decantado soliloquio de mis creencias, en lo que recuerdo como registros de tu pelo. Elegir el peso de las caricias de mis incansables manos gustosas de tus momentos, como puente de este deseo. Esta elección me da a entender que la inseguridad de las promesas internas pesan desvariadas según la promesa, y dependiendo de lo brutal de su incumplimiento.

Y esto, me mancha en un gesto de tratar de convencerte con mesura que este lazo que está en la mano de mi intención es la misma necesidad de figurarme incansable de futuros recuerdos que te brindo mirándote a los ojos. Bebiendo de la anestesia y la vitalidad que me darían tus anhelos y las plegarias en las comisuras de tus placeres mas risueños.

La necesidad de encontrar iluminación en las avecinadas oscuridades de mis temores, se sientan en el medio de la lluvia purificadora de mis cobijos. Desnudo de cuerpo el agua es palabra de consuelo; consejo de no entrever ni imaginar de lado la volcada pena que hace a este lodazal, que me tiñe las venturas de mis pies embarrados por querer refugiarse en esta, tu tierra, donde mis puertas o cerrojos serán meras reminiscencias de mis antiguos custodios de mis impurezas.

Y aplacado por esta pregunta primaria, extasiado de sucesos imaginarios y repentinos, de saber si entenderás este amor puro a tu persona, moro mis noches y visto mi mente de imágenes que suelen distraerse con vos. Es ahí cuando me desvisto los límites en presencia de la sola quedada sensación de confesarme.

Cómo mostrarte esta premonición visceral que retumba como huída al galope. Quién se fijaría en que desconocida ocurrencia encaprichada por los sinsentidos poblaría este ardido deseo de cuidarte hidalgo, qué difícil es recordar en detalle sucesos que pretendan explicar esto que incubo de pronto y golpeando.

Inexplicable verdad despreocupada en la razones, zumba esta musitada real impresión volando por los tímpanos de mis sentimientos que bailotean una melodía extraña y confusa al fin.

En la galería de los instantes, trato al recordarte, ponerles palos a las ruedas del tiempo perceptivo; intento colgarme de los pies de los minutos para que se atrasen y desvíen ese apuro al correr.

La contemplación de los interrogantes, me lleva a un solo destino: Esta meta es mera gresca infantil. Y uno, no puede renegar de las purezas, ni entristecerse los avatares del descreído destino, el solemne deleite de sentir el bienestar de sus sentidos cerca es suficiencia solazada.

Salgo de este nuestro manto de encuentros para elevarnos y las aguas que lloran desde las alturas mojan nada de mí. Sin cuerpo el viento vive en la mansedumbre de su vuelo apagando mis hogueras en la mano de su silbido. Me llama, me aturde, pierdo el equilibrio de mis miedos que me hacen humano inseguro sin sensatez y miento a la sangre comulgando absurdos.

Soy patriarca de un silencio prematuro pero inquieto, innecesarios preludios mí señorío rueda en el giro de mí respiración que se aprisiona hasta casi perder todo oxigeno, no más allá. Pierdo el control de mi norte, por que tropieso en la idea, y lo que encuentro en el suelo de mi seguridad es entender que no hay cardinal, ni meridiano, ni aguja, ni brújula, no hay mapa; solo el sufrido recado, de recordar que desconoce mi dilema, y pensar en una fatal comprensión que contraste en su no entender el puro amor a su persona.

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