jueves, 26 de agosto de 2010

Solo bastó una mirada

Sólo bastó una mirada, fue un placer a primera vista. No estabas sola, pero el mundo de mis sentidos acorralados se fijó en esa promesa de tus ojos.
En el secreto de aquella vista encontré, el labriego campo fértil de todas mis ansias. Al divisar la nostalgia que amedrentaba, con su polar dulzura forjar, desatino de riquísimas profecías en los imaginados porvenires de madrugados momentos que turbé en mi pecho.
El tiempo como artesano de su misericordia y gracia, de mostrarla a ojos perdidos e inferiores, ineptos e inmerecidos observadores de ésta la gran delicia del mundo de las contemplaciones, comulgo mi religión al reparo de abstenerme de cualquier rezo.
El rebelo dicho de sus miradas, llevaron e inundaron en su violenta y musitada transparencia, el pregonar interiormente apetitos rabiosos. Entendí las miserias corpóreas como ilusiones ávidas de sus entregas; proyecté su pupila como altar y redención de sueños y apacibles consuelos de los dolores mas tormentosos; apremiando una pudiente atención a la sombra de la mano de mi necesidad pedigüeña y caprichosa como llanto actuando la congoja peregrina.
El rigor de las hebras que rodean sus ojos, que en cada estruendoso silencio de su pestañar inmóvil, me envolvían al vuelo rapaz de garrearme en su inocencia sagrada, rompieron y amansaron lo rígido de mi desesperado rugir sordo, que tiñe en sangre henchida el ahorque de esta cadena efímera y me esclaviza la ferocidad de carroñar su lindeza.
La euforia de sentirme enjaulando intenciones mundanas para no pecar a la idea de profanar el duelo de ambiciosamente pretender su divinidad, me somete al apacible destruir de mi impotencia… al no poder procurar ni palabra.
Este portal de su alma, que invita a reflejar destinos hartos en delicias intangibles, muda pensamientos nómades al apremiante sedentarismo necesario y prometido de tenerla. Sonroja en su presencia como luz carmesí esta timidez refugiada en lo hondo de mí, y destierra el petulante orgullo del impulso a la conquista por la sumisión reverente a su luz.

Los silencios compartidos no distrajeron los juegos, ni la verdad altiva que me sumergía hasta este techo de tenerme sostenido en el presagio de una nueva existencia, estancia, reveladora de nuestra clandestinidad.
El dejavú de mis visitas me pensaba inquieto al sentir tu distancia. Siempre era yo procurador de nuestros encuentros, nunca seré en vos reclamo en tus no cercanías.
En tanto, los días formaron en mí esa idea fiel de saberte como soldado protector de nuestro lugar. Ese, en el que fundíamos estáticos el amor sordo, sin contactos, ni palabrerías.
Me soñaba y me castigaba en la reverente realidad de entender el imposible de nuestra carente concreción. Y sin saber cuál deguste tendrían las alas de tu vuelo (pensamiento indescifrable) conformé a la convicción de papel en escribirle, con neta seguridad, que las faltas de tus besos hacían, en esta ausencia de mi boca, una tortura necesaria en mí para vivir.
Ésta certeza imposible, la hubiera transitado inagotable. Porque más allá de sólo verte (y sólo verme) lejos de lo normal, es la dulce anomalía empalagaba a todos mis recónditos vacíos.
El tiempo tatuó necesidad de visitarte, me sorprendía lo inamovible de tu ser que repartía en mi desquicio barajas eternas de una victoria infinita. Hasta que un día, con mis ansias cotidianas que desbordaban cada vez en este transitar hipnotizado de tu búsqueda, ignoré a estos colores inmerecidos de mi atención.
Imágenes traslucidas, ilusas ilusiones, torpes intentos, en esta galería ornamental y seno sometido a tus brillos, que “pretendían” en mi imaginario, besar tus pies.
Los sonidos de mis pasos en este mármol lustrado, eran el redoble de tambores que indicaban tu cercanía. Sólo restaba doblar en este recodo donde morían los paisajes colgados.
Cuando llegue al final de este pasillo prometedor, te vi: Quietud divina, embelesada armonía, coqueteando con el destino de mi tortuoso final.
El amor que creí en tus ojos inundaban otros, ajenos.
Con rabia, el desconsuelo se apodero de un giro repentino y sorteó un torbellino en mi integridad. En la huída del infiel desdén moribundo, con un lecho de lágrimas agónicas, escuché la tonada en retirada de mi derrota. Me fui.
Desesperante es el sentir las perdidas, las manos tiritan el frío de la ausencia, el cuerpo se congela en esas ganas de vivir, de hacer, se deja de encomendar porvenir en el futuro, que camina en círculos estáticos.
Y el rumbo… agoniza en los intentos penosos de un dejarse ver; la luz solo esta en ese fuego interior que se come los recuerdos con desenfreno, como la gula de un río crecido que devora las costas.
Los momentos vividos que se fueron sonrojando en cada despedida ocasional, me resuenan al contraste de esta repulsa condena que me deja de noche perpetua. Dicha condena es la de oscurecer las salidas de los soles muertos en este ultimo horizonte, que da sensación de féretro oportuno y decisivo al asomo del de facto gobierno censurador de la reconciliación.

La locura me conversó una única idea, y al aceptarla como veredicto, rompí los recuerdos del reencuentro y del cómo llegué nuevamente al final de este camino, al recodo de tu vislumbre.
Con una trincheta rabiosa en la mano (psicópata caricia repetida), dejé caer una y otra vez en tu imagen. La tela se hendía inverosímil y tu marco estalló al caer al suelo.
Fue un bailar en las incoherencias de los impulsos, apasionando el filo con una extraña ternura que hurgo reiterado en lo inerte.
Rodeado de atónicas personas con repulsa incomprensión de lo que se cometía frente a sus impotencias; la brutal imagen arremetida en lo inesperado de esta pérdida de cabales, paralizo de miedo el entorno. Encantados, los cuerpos que presenciaban el hecho, fueron tardas esculturas inanimadas con la voluntad congelada de injerirse redentores.

Cuando desperté de este ciego celar, advertí que hasta mi sangre te había dado para que puedas sangrar. Entre convulsionadas respiraciones fui sintiendo como se desempañaba mi cordura y al verte desgarrada en el piso, me trague la parte de tus ojos manchados de rojo y advertí –tardío- qué imposible es el amar y el querer tener solo para uno el amor de la mirada de un desconocido cuadro.

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